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6 nov 2012
Autor(es): Jesús Casas GrandeNº 56 Año(s): 2012Sección: Colaboración técnicaObservaciones: Páginas 96-107
En la confianza de que todo el mundo entienda que no pretendo llevar la afirmación al extremo, creo que durante década a los forestes españoles se nos ha educado den la suerte de mística de la supervivencia. Nos hemos formado para trabajar por la protección de los bosques en un escenario donde la premisa de parar como fuera la histórica pérdida de superficie forestal suponía casi un axioma. El resultado, a modo de corolario, es una concepción poco menos que militante y comprometida de toda nuestra actividad profesional. De acuerdo con el mandato recibido, los bosques habrían sido los grandes perdedores en la construcción territorial de nuestro país, y la misión esencial del colectivo forestal sería la de salvaguardar sus últimos recuerdos, por el bien de todos, a pesar de todos, e independientemente de, muchas veces, la aceptación o no por parte de todos. Teníamos una misión que podía incluso llegar a estar por encima de la comprensión social. Si la sociedad la entendía, mejor, pero si no la entendía, nuestro deber, algo había de despotismo ilustrado en todo ello, era llevarla adelante. Sin duda, y pido disculpas, estoy forzando el argumento, pero algo de verdad espero que podamos, unos y otros, encontrar en el aserto.
La verdad, como siempre en el centro de la balanza, es que poderosos argumentos teníamos para pensar así. Durante siglos sucesivas generaciones de habitantes de la península Ibérica se habrían dedicado, para desgracia de las descendientes de la discutida ardilla de Estrabón, a talar, cortar, quemar, deforestar, desertizar y convertir lo que la naturaleza hubiera conformado como bosque (aceptemos esta vez el “término” como genérico por aquello de la construcción argumental) en un secarral. Y algo de razón existía en todo ello. Basta rebuscar en las viejas fotos añosas, en los daguerrotipos preñados de brumas o en los relatos de los viajeros románticos del siglo XIX para entrever lo que debían ser la geografía y los paisajes rurales españoles a principios de este siglo. Si lo registrado era veraz, efectivamente había cumplidas razones para temer por nuestro patrimonio arbolado.
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