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3 sep 2021
Autor(es): Bruno Martín y Norman MartínNº 80 Año(s): 2021Sección: EspecialSubsección: Manuel Martín BolañosObservaciones: Páginas 38-41
Crecí cerca de los Montes de Toledo, entre dehesas y jarales. Recuerdo cómo mi padre, arrodillado ante un arbusto, navaja en mano, me enseñó a fabricar una cuerda trenzada utilizando los tallos del torvisco. Tal y como le había enseñado su abuelo, Manuel Martín Bolaños. “Te habría gustado conocerle”, me dijo en varias ocasiones. Al parecer mi bisabuelo Manuel, como yo, era un hombre meticuloso y cuadriculado.Habríamos compartido el gusto por los relatos, por los estudios y por la comunicación. Me habría gustado su trato amable con los demás y su afecto hacia los niños. También su enorme cultura y conocimientos sobre las ciencias naturales. Sin embargo nunca lo conocí —él murió 19 años antes de que yo naciese— y estos atributos suyos solo me han llegado a través de los textos y de las anécdotas familiares.
Lo curioso es que mi bisabuelo sí dejó un legado, tan sólido como intangible, que no necesito consultar en las biografías, porque pasó de él a su hijo Norman, y de mi abuelo, a su vez, a toda la familia Martín. Esa herencia fue su enorme amor por el campo. Es algo que nos atraviesa sin excepción a padres, tíos, hermanos y primos, y que ha condicionado las formas en que todos vivimos.
Ese amor lo veo en mis recuerdos de la infancia, jugando con mi hermano, encaramados a la copa de una encina, o navegando con mis padres en canoa por los afl uentes encañonados del río Tajo, esperando ver una nutria o un nido de cigüeña negra en la roca. También lo veo en las visitas vacacionales a casas de tíos o abuelos, siempre acompañadas por un paseo de monte en el que parábamos a mirar las estrellas y a escuchar los búhos y los sapos cuando nos sorprendía la noche.
Lo sigo viendo en el grupo familiar de Whatsapp, donde cuatro de cada cinco fotos compartidas retratan una planta, un paisaje o una escapada silvestre. Y, cómo no, en el calendario, articulado en torno a las excursiones anuales, casi religiosas de la familia: en otoño para escuchar la berrea de los ciervos, en primavera para ver el cortejo de las avutardas en los campos de cereales y en invierno para sentir bandadas de grullas sobrevolar nuestras cabezas de camino a su dormidero.
Todo esto lo vivía mi abuelo, que absorbió de su padre esa sensibilidad por la naturaleza que le cambia a uno la forma de ver el mundo, y se esforzó por transmitirla y disfrutarla en familia. También lo vivía mi padre, a quien le debo más personalmente mi conexión con el entorno y mis raíces como biólogo. Hoy, releyendo las memorias que dejó escritas Norman sobre Manuel, los recuerdo a los tres —padre, hijo y nieto—, felices en el campo. Lo que sigue son fragmentos que he seleccionado y editado de un documento que escribió mi abuelo Norman en 2011, antes de padecer Alzheimer, titulado...
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Articulos de Foresta
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