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10 ene 2020
Autor(es): Julia MartínezNº 75 Año(s): 2020Sección: Opinión de actualidadSubsección: Restauración hidrológico-forestalObservaciones: Páginas 42-43
El cambio climático hace pronosticar un incremento de los episodios de lluvias torrenciales, pero dicho incremento no es todavía estadísticamente significativo. Pese a ello, los daños por inundaciones se están disparando, incluso con lluvias menores. ¿Cómo se explica esto?
Empecemos recordando que en las regiones mediterráneas las poblaciones aprendieron durante siglos a adaptarse a las lluvias torrenciales, evitando vivir en zonas inundables y respetando los cauces de avenida de ríos, ramblas y barrancos. Sin embargo, durante el siglo XX y hasta la actualidad, esa visión adaptativa fue sustituida por la pretensión de superar de forma definitiva las inundaciones a través de obras hidráulicas como diques, motas y encauzamientos. La experiencia ha demostrado que tales obras no han acabado con las inundaciones. Es hora de recuperar la sabia visión adaptativa que durante siglos imperó en las poblaciones mediterráneas. De hecho, la Directiva europea de inundaciones, aprobada en 2007, establece que la finalidad no es ni puede ser eliminar las inundaciones (a base de obras hidráulicas), sino gestionar el riesgo para reducir sus daños (gestionando mejor el territorio y los espacios fluviales y mejorando la capacitación social frente al riesgo). No son evitables las lluvias torrenciales ni las avenidas, pero sí podemos reducir mucho sus daños si cambiamos la forma en que gestionamos los ríos y el territorio, y, en concreto, si evitamos las siguientes seis causas que agravan los daños.
La primera causa es la ocupación de zonas inundables con viviendas e infraestructuras, pese a la creciente normativa e instrumentos de planificación existentes, debido a la dejación de funciones de comunidades autónomas y ayuntamientos. La segunda causa es tener espacios agrarios cada vez más intensivos, lo que aumenta la escorrentía y el arrastre de sedimentos, dado que se han eliminado setos, vegetación natural en lindes y barbechos y otras prácticas de conservación; como resultado aumentan los daños aguas abajo porque llega más agua en menos tiempo y con más sedimentos. La tercera causa es la creciente impermeabilización del suelo por la expansión urbanística y la proliferación de infraestructuras, lo que a igualdad de precipitaciones incrementa drásticamente la escorrentía y, por tanto, los daños. La cuarta causa es la proliferación de nuevas infraestructuras que desorganizan el drenaje natural (autovías, carreteras, rotondas, taludes) al cortar la red de drenaje y crear barreras, reconduciendo los flujos de agua hacia zonas hasta entonces libres de inundaciones. La quinta causa la constituyen muchas obras de defensa frente a inundaciones que agravan los daños, como dragados, motas, diques, cortes de meandros y encauzamientos que crean una falsa seguridad que favorece una mayor ocupación de las zonas inundables, aumentando la vulnerabilidad de las poblaciones y aumentando la velocidad del agua y su capacidad de destrucción aguas abajo; por ejemplo, las obras del plan de defensa de avenidas del río Segura redujo los problemas de inundación en la Vega Media a costa de aumentarlos en la Vega Baja, lo que desde el punto de vista de la equidad social no es aceptable. La sexta causa se debe a que los ríos se han quedado sin su espacio, con cauces estrechados hasta límites inverosímiles, olvidando que no existe un solo cauce sino varios para los distintos caudales, incluyendo las crecidas, y que todos ellos son parte del río.
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