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19 dic 2017
Autor(es): Jorge Matey ValderramaNº 69 Año(s): 2017Sección: Colaboración técnicaObservaciones: Páginas 60-63
No es mi intención escribir un denso y extenso artículo sobre la toponimia española. Primero, porque no creo que este sea el lugar ni yo la persona indicada para ello; y segundo, porque creo que hay suficientes lingüistas, historiadores y demás expertos en este tema en España como para abordarlo desde los mil y un enfoques que la toponimia nos ofrece: origen y procedencia, o etimología, tipología, significados, etc. Pero sí creo que este es el lugar adecuado para hacer un llamamiento a todos los ingenieros técnicos forestales, ingenieros de montes, agrícolas y agrónomos, y en general a todas las personas que trabajan, habitan o frecuentan el medio rural y que tienen la suficiente formación como para elaborar un mapa.
Los nombres de nuestros montes, ríos, valles, pagos, etc. están desapareciendo con la misma velocidad con la que desaparecen quienes los habitan y conocen. Las personas que aún recuerdan la toponimia no son otros que los que en su día se vieron obligados a usarla a diario para el manejo de su vida y hacienda. Gentes que para poder localizar una vaca perdida o una oveja herida, o para poder mandar a un hijo a recoger un apero olvidado o estraviado –andando, por supuesto–, eran orientados hasta su destino gracias a que atesoraban un nombre para cada pliegue o accidente del terreno.
Hoy en día, debido al abandono de esa dura vida, al muy preocupante éxodo rural y en parte también a los nuevos medios de transporte, ese uso antes imprescindible, hoy lo es mucho menos o apenas resulta testimonial. Y ya se sabe, cuando algo deja de usarse, tarde o temprano se acaba perdiendo. Porque cuando las personas poseedoras de ese tesoro desaparecen, generalmente lo hacen sin dejar testimonio escrito de ello. Y esta gente, la última generación que vivió usando plenamente la toponimia, es principalmente la generación de nuestros abuelos, y en la mayoría de los casos se irán llevándose consigo los nombres que otros hombres en otros tiempos les dieron a las tierras. Nombres que han llegado hasta hoy, muchos de ellos con más mil de años de antigüedad, sobreviviendo incluso al elemento al que nombraban (castros, poblados celtíberos o romanos, aldeas, ermitas, etc.), y que por supuesto son patrimonio cultural de nuestro país.
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Articulos de Foresta
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