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24 jul 2023
Autor(es): Ismael Muñoz LinaresNº 86 Año(s): 2023Sección: Reportaje fotográficoObservaciones: Páginas 88-97
A pesar de los temores de El Principito con las semillas de baobabs, que podían invadir todo su pequeño planeta, hundir en él sus profundas raíces y hacerlo explotar, el mítico baobab es querido y respetado por todos los pueblos africanos que, generación tras generación, durante cientos, incluso miles de años, han podido alimentarse, sanarse y protegerse gracias a él.
Su forma y dimensiones, su fruto como nutritivo alimento y las propiedades curativas de sus hojas, lo han convertido en parte de la vida africana, protagonista de historias fantásticas, lugar de encuentro, referencia social y cultural, compañero de la vida en los poblados y parte del imaginario colectivo como los olmos o los tejos lo fueron de los pueblos europeos.
Los viejos baobabs, tan gruesos como huecos, han servido de vivienda, refugio, despensa, lugar de oración, prisión o incluso tumba. Han tenido tantos usos como la comunidad necesidades. Un árbol tan generoso como el baobab solo podía cuidarse y aprovecharse con la sabia sostenibilidad de las poblaciones rurales que dependen de sus recursos naturales.
No es extraño que se le conozca como el “árbol de la vida”, el “árbol farmacia” o el “árbol mágico”, al que solo puede subirse el hombre sabio del poblado para recolectar sus frutos y hojas.
Su nombre deriva del árabe “Buhibab”, que podría traducirse como “padre de muchas semillas”, debido a que las que tiene su fruto ocupan hasta el 40 % de su interior.
UN ÁRBOL DEL REVÉS CON TANTAS LEYENDAS COMO RAMAS
Como todo lo majestuoso, aquello que provoca admiración por su tamaño o lo inexplicable de su ser, los baobabs tienen una explicación divina a su forma y grandeza. Varían por países, pero todas tienen en común que una divinidad, o un animal de la sabana, castigó al baobab y lo puso boca abajo, con las raíces en la copa y la copa bajo tierra, bien por ser un presuntuoso y arrogante al creerse más bello que el resto de los árboles; bien por sus exigencias a Dios para que cambiase su aspecto; o bien porque una hiena, enfadada por ser el último animal en recibir el regalo de un árbol, decidió darle la vuelta. Sea como fuere, el baobab, ese árbol grueso, de enorme altura y piel de viejo elefante, da la sensación de tener sus raíces por cabeza cuando se queda sin hojas y frutos.
“A los niños pequeños de los poblados se les asusta con el baobab. La historia de que se portó mal y los dioses decidieron castigarlo es un recurso que los padres utilizan para decirles a sus hijos que si se portan mal crecerán cabeza abajo como los baobabs”, comenta Mike, uno de los guías de naturaleza que nos muestra el Parque Nacional de Tarangire, el quinto parque nacional de mayor tamaño de Tanzania, que recibe su nombre del río Tarangire, la arteria que lo cruza y condiciona toda la vida salvaje.
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