Pág. 02 - EDITORIAL
Pág. 04 - APUNTES
Pág. 24 - ENTREVISTA
Pág. 28 - OPINIÓN DE ACTUALIDAD. LA CAZA A DEBATE
Pág. 48 - COLABORACIONES TÉCNICAS
Pág. 90 - LITERATURA Y MEDIO NATURAL
Pág. 94 - PINCELADAS DE VIDA
Pág. 98 - LA PÁGINA DE...
Pág. 102 - NOTICIAS FORESTALES Y DEL COLEGIO
Pág. 103 - REDES FORESTALES
Pág. 104 - AGENDA
En estos tiempos convulsos que vivimos, en los que tantas y tantas cosas parecen incorrectas y necesitadas de cambio, la caza es objeto, también, de airadas críticas por parte de una sociedad aglutinada en grandes urbes y cada vez más desarraigada del mundo rural y de las tradiciones. Pero esta actividad bien practicada, hoy día, además de una necesidad como elemento regulador de algunas especies, supone continuar con nuestra huella genética, aceptar un instinto que llevamos en nuestra memoria desde los albores de la primera humanidad. Además, es una actividad legal, regulada y que cuenta con 826.777 licencias en 2016. Además, el 87% del territorio español –el país con mayor biodiversidad de Europa– está declarado como de aprovechamiento cinegético, lo que suponen 43,8 millones de hectáreas, divididas en 32.817 cotos (Andueza et al., 2016).
LOS ORÍGENES DE LA CAZA
Que la caza es importante dentro de la evolución humana es algo que, en la actualidad, queda fuera de toda duda. Hace tres millones de años, los cambios sufridos en el clima de la tierra obligaron a nuestros antepasados homínidos –seguramente australopitecinos– a salir de su confort en las selvas africanas y buscarse la vida en las amplias sabanas, donde la adquisición de la postura erguida era una ventaja para defenderse de los depredadores. Y con ello vinieron cambios físicos importantes, como el estrechamiento de la cintura, un húmero menos curvado y una articulación del hombro orientada hacia delante, innovaciones esqueléticas y fisiológicas que, a lo mejor por azar, nos adaptaron para la caza en los albores de nuestros primeros parientes directos del género Homo. Aparejada a estos cambios, surgió una nueva vida en las grandes llanuras, donde el alimento vegetal –más escaso y menos nutritivo que en la jungla- tuvo que complementarse con carne animal, primero basada en el consumo de carroñas dejadas por los grandes predadores, y más tarde desarrollando técnicas para la caza, lo que les permitió a los humanos primitivos depender menos del azar y más de su destreza. Los primeros indicios de que los ejemplares del género Homo cazaban los encontramos en la garganta de Olduvai, en Tanzania, hace 1.800.000 años, cuando los homínidos habitantes de esa zona del este de África acumularon restos de ñúes
y otros grandes mamíferos, diferentes de los que hubieran acumulado si fueran restos arrebatados a otros predadores (Wong, 2014). A medida que fueron mejorando las técnicas de caza, el aporte de carne fue cada vez mayor, y el acceso a esta fuente de alimento más calórico, permitió un mayor incremento del volumen cerebral y, por tanto, mayor capacidad de raciocinio. Pero la caza además modificó sustancialmente la dinámica social de nuestros antepasados, al necesitar la colaboración de otros individuos para asegurar el éxito en la captura de presas y, lo que es más importante, propició la adquisición de un lenguaje para diseñar nuevas herramientas y estrategias venatorias (Arsuaga y Martínez, 1998). Había nacido el cazador-recolector, lo que nos permitió salir de África y colonizar todos los rincones del planeta.
EL ACTO TRÓFICO A LA ACTIVIDAD RECREATIVA
Ya en las civilizaciones antiguas de Oriente los reyes y faraones regulaban el derecho de caza, manteniendo grandes zonas reservadas para practicar esta actividad. Desde entonces la libertad de capturar animales ha pasado por diferentes situaciones, desde la concepción de res nullius del derecho romano, hasta la reserva de la actividad, única y exclusivamente, al señor feudal, en la Edad Media. Quizá la primera legislación en materia de caza en España sea la aparecida durante el reinado de Enrique III de Castilla, cuando se promulga una ley que prohíbe la captura de animales en épocas de “cría, fortuna y nieve”. Durante el reinado de los Austrias, son numerosas las disposiciones reales encaminadas a proteger la fauna cinegética, continuando esta política “conservacionista” durante la dinastía de los Borbones. La primera Ley de Caza en España data de 1879, basada en el principio de que el derecho de caza era un atributo de la propiedad del terreno.
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