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La caza y el control de poblaciones de ungulados silvestres

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Pág. 28 - OPINIÓN DE ACTUALIDAD. LA CAZA A DEBATE

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Pág. 103 - REDES FORESTALES

Pág. 104 - AGENDA

Autor(es): Basilio Rada Martínez
Nº 73 Año(s): 2019
Sección: Opinión de actualidad
Subsección: La caza a debate
Observaciones: Páginas 41-43

En general la caza mayor en nuestro país fue escasa hasta hace bien pocos años. En algunos cotos guardados y con una buena gestión el número de piezas mayores nunca fue pequeño, todavía más si se encontraban rodeados de una valla cinegética, lo que supone una ventaja para su custodia e incrementa notablemente la efectividad de las medidas de gestión. Pero estas excepciones no desvirtúan la primera aseveración; basta consultar los datos estadísticos disponibles o la bibliografía sobre el tema. Más aún: puede sentenciarse que la escasez de la caza se ha dado en cualquier tiempo histórico desde el Paleolítico.

Esta escasez de piezas puede entenderse si consideramos que la venación no se da solo en el hombre, sino que constituye la forma mas común de interrelación entre grupos de especies, con animales cazadores y cazados. Con el tiempo, como ocurre cuando la naturaleza actúa o lo hace sin demasiada intervención antrópica, estos sistemas de relaciones tienden al equilibrio, y a limitar, junto a otros factores naturales, el tamaño de las poblaciones; el número de predadores condiciona el de presas y viceversa. La "renta" que el cazador obtenía al actuar sobre estos sistemas estables y en equilibrio debió de ser escasa, ya que aprovechaba los pequeños sobrantes que el equilibrio exigía u ocasionaba a lo sumo "leves desequilibrios", que en poco tiempo eran corregidos por el sistema.

LA ABUNDANCIA DE CAZA: UNA SITUACIÓN PARADÓJICA

La situación de estabilidad comenzó a cambiar en los últimos años del siglo XIX y primeros años del siglo XX. En esa época muchos pueblos alcanzaron sus máximos de población, y muchas familias, luchando por su supervivencia, se instalaron en pequeños asentamientos en el medio rural, fuera de los núcleos urbanos. Hoy en día es fácil ver desde las carreteras pequeñas edificaciones, prácticamente en ruinas, que constituyeron en su día aldeas o asentamientos familiares. Aunque de forma muy diseminada, se había poblado la naturaleza, y se aprovechaba todo cuanto pudiera ofrecer. Las piezas de caza mayor debieron de ocupar un lugar preferente en el aprovisionamiento de carne; para la protección de los huertos y cultivos se capturaban jabalíes, ciervos y corzos, en su mayor parte mediante trampeo; y para la defensa del ganado y los animales domésticos se perseguía al lobo o a cualquier otro depredador. La presión fue tal que las poblaciones de algunas de estas especies llegaron a las puertas mismas del tamaño crítico para entrar en peligro de extinción.

La actuación de aquellos moradores de pueblos y aldeas de la primera mitad del siglo XX, que procedieron de acuerdo con el concepto de naturaleza que por entonces se tenía, no merece reproche; al contrario, en muchos casos es admirable el esfuerzo que hicieron para vivir, o sobrevivir más bien, con los pocos recursos de que disponían.

El pensamiento "oficial" de la época solo consideraba la naturaleza por el potencial económico y de servicios que encerraba; para mucha gente era simplemente algo que había que dominar y domesticar. La Ley de Caza de 1902 no escapaba a esta forma de pensar, considerando a muchas especies que hoy son de reconocido valor ecológico como simples animales dañinos. Solo unos pocos visionarios mostraron otra sensibilidad hacia los valores de la naturaleza, si bien su preocupación se centraba fundamentalmente en la contemplación de sus paisajes (en 1918 se declararon nuestros dos primeros parques nacionales, el valle de Ordesa y la montaña de Covadonga, precisamente por la belleza de sus paisajes). Tuvieron que pasar varias décadas para que en nuestro país arraigara con fuerza una corriente de sensibilidad hacia la conservación de la naturaleza. Esa concepción utilitarista de la naturaleza llevó a que los equilibrios se rompieran. El número de depredadores disminuyó muy sustancialmente, aunque no supuso un aumento de las poblaciones de especies presa, ya que fueron aprovechadas por los cazadores y la población rural.

En la década de 1950, el desarrollo de la sociedad industrial generó una enorme demanda de mano de obra. A medida que el proceso industrializador se iba instalando en las ciudades aumentó el flujo migratorio del campo a la ciudad, que alcanzó su máximo en la década de 1960 (y aunque a otro ritmo, continúa en la actualidad). La población española se ha concentrado en las grandes ciudades, que no pierden población, mientras el campo se ha despoblado tanto que la recuperación de su población constituye hoy uno de los principales objetivos de la política agraria.

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