Pág. 02 - EDITORIAL
Pág. 04 - APUNTES
Pág. 24 - ENTREVISTA
Pág. 28 - OPINIÓN DE ACTUALIDAD. LA CAZA A DEBATE
Pág. 48 - COLABORACIONES TÉCNICAS
Pág. 90 - LITERATURA Y MEDIO NATURAL
Pág. 94 - PINCELADAS DE VIDA
Pág. 98 - LA PÁGINA DE...
Pág. 102 - NOTICIAS FORESTALES Y DEL COLEGIO
Pág. 103 - REDES FORESTALES
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Todas las opiniones, favorables o contrarias a la caza, son respetables, y pueden ser razonables. Sin embargo, con frecuencia dominan los planteamientos maximalistas, pasionales, subjetivos o carentes de rigor, que utilizan tanto defensores como detractores de la caza, y que, lejos de permitir un debate constructivo, llevan a enfrentamientos frontales, que nada aportan a una mejor gestión o análisis de la cuestión.
Entre los argumentos en favor de la caza es frecuente recurrir a un supuesto derecho natural a ella, que no se le puede negar al ser humano. No obstante, existen otros derechos superiores, como es disfrutar de un medioambiente adecuado, que deberá ser preservado para las generaciones futuras. Y hay otros derechos al menos tan respetables, como el disfrute de actividades que pueden ser incompatibles con la caza, capaz de afectar a un colectivo mucho más numeroso que el de cazadores. Por tanto, esta actividad, como cualquier aprovechamiento, está sometida a una regulación, que debe establecer si es posible cazar o no, y en caso de serlo, dónde, cuándo y cómo. No es por tanto un derecho innato, sino un aprovechamiento objeto de regulación. Hoy en día entendemos que no es razonable circular con vehículos a motor por la mayoría de los montes, acampar de forma libre o circular libremente por zonas de cría de especies amenazadas, todas ellas limitaciones a la libertad de los individuos derivadas de un bien superior, la conservación del medio natural. De igual manera, si es preciso, se debe limitar o prohibir la caza, como ya de hecho ocurre.
Tampoco es sólido el argumento de que se trata de una actividad tradicional. La tradición se compone de un amplio elenco de usos y costumbres, algunos de gran valor histórico e incluso ecológico y otros que hoy en día resultarían bochornosos y claramente inaceptables. La caza es una actividad tradicional, y también lo fue durante siglos la quema de bosques y su posterior pastoreo; tradicional no es igual a bueno.
En el extremo opuesto, los opositores a la caza utilizan con frecuencia argumentos poco solventes, e incluso recurren al ataque personal: los cazadores son personas carentes de escrúpulos que asesinan animales. De acuerdo con esta lógica, los humanos, omnívoros, careceríamos de escrúpulos por nuestra dieta. Es una postura extrema, respetable pero discutible; defender que la dieta humana, parcialmente carnívora, no es ética, es negar nuestra propia realidad biológica. Por supuesto es razonable, y necesario, defender y exigir modos de sacrificio éticos para el ganado, o los animales en general, sin sufrimiento.
También es frecuente que se alegue que la caza esquilma las poblaciones faunísticas naturales. Esta afirmación no se sostiene cuando la caza es legal, se desarrolla según planes específicos y se centra en las especies donde puede realmente aplicarse, de una forma sostenible, que es la norma habitual. Pero también es cierto que en no pocos planes cinegéticos se detecta una falta de rigor, en especial en los censos poblacionales, que alimenta la creencia (en demasiadas ocasiones con razón) de que la caza esquilma las poblaciones. Son lamentablemente frecuentes los ejemplos de cupos de especies estimados sin ningún rigor, y que por tanto puede producir una sobrepresión cinegética, e incluso erróneamente asignados a especies escasas en lugar de a otras con sobrepoblación. Es esta una crítica que debería asumir el sector cinegético, para mejorar en la calidad técnica y científica de sus planes de gestión.
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