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Una olmeda singular en la Dehesa de Valdelatas (Fuencarral-Madrid)

Pág. 1 - SALUDO

Pág. 6 - MEDIO FÍSICO Y SOCIAL

Pág. 30 - MEDIO NATURAL

Pág. 94 - EVALUACIÓN AMBIENTAL

Pág. 122 - MEDIO FORESTAL

Pág. 194 - MEDIO NATURAL URBANO

Pág. 250 - ESPACIOS PROTEGIDOS

Pág. 338 - ESPECIES PROTEGIDAS

Pág. 394 - DEFENSA DEL MONTE

Pág. 408 - APROVECHAMIENTOS FORESTALES

Pág. 432 - NATURALEZA Y OCIO

Pág. 454 - INVESTIGACIÓN

Pág. 494 - FORMACIÓN FORESTAL

La Comunidad de Madrid aún mantiene sorpresas para los naturalistas. El hallazgo de una olmeda de Ulmus laevis Pallas en la Dehesa de Valdelatas ha permitido reconstruir la historia de este enclave, en donde encontramos, casi al borde de la extinción, una especie considerada introducida. Gracias a los análisis moleculares se ha evidenciado su carácter espontáneo, con lo que nuestra flora forestal se incrementa con un nuevo olmo.

LOS OLMOS IBÉRICOS

Los olmos urbanos de gran porte y belleza junto a las numerosas olmedas de la Península ibérica desaparecieron casi por completo o quedaron reducidas a simples rebrotes tras la entrada, primero, en el primer tercio del siglo pasado, y posteriormente, en la década de los ochenta, de las cepas de la grafiosis no agresiva y agresiva (Ophiostoma ulmi y Ophiostoma novo-ulmi Brasier) respectivamente. De las cuatro especies presentes en España, las más afectadas fueron el olmo común (U. minor Mill.) y el olmo de montaña (U. glabra Huds.). El primero, el más abundante, está presente en todas las provincias, mientras que el olmo de montaña, con su límite meridional en la sierra de Alcaraz (Albacete), se esconde en los macizos montañosos formando parte de bosques mixtos. El ahora muy frecuente olmo siberiano (U. pumila L.) es una especie exótica cuya introducción se supone que data del reinado de Felipe II; al ser muy tolerante a la grafiosis, alcanzó una gran difusión tras la primera epidemia de la enfermedad. Finalmente, la más escasa y desconocida es denominada en otros países olmo blanco o ciliado (U. laevis Pall.). Esta especie está ampliamente distribuida en Europa Central y del Este (Figura 1), y es el olmo que mejor ha conseguido superar ambas epidemias, pues si bien es sensible a la enfermedad, no la padece al no ser detectado por los insectos que la transmiten. En España, Flora iberica (Navarro y Castroviejo, 2003) la considera introducida y asilvestrada. 

El carácter autóctono o introducido de los olmos ibéricos ha sido un tema muy discutido por la antigua y extensa utilización que el hombre hizo de estas especies, complicando la interpretación de lo que podría ser su área natural, muy alterada por la transformación de sus formaciones en tierras cultivadas. La agricultura romana empleó el olmo común como soporte de las vides mientras este cultivo se hizo con cepas trepadoras. Abandonado este uso, alcanzó una gran difusión por su capacidad para soportar los suelos compactos y por su gran valor ornamental en los ambientes urbanos, o por tener su madera buenas características mecánicas. Todas estas cualidades favorecieron que fuera una de las especies más plantadas en pueblos, ciudades y márgenes de caminos y propiedades. El desmoche y aprovechamiento del ramón, a veces las heridas y los malos tratos, como el haber sido extendido fuera de su estación han sido 
causas de que fueran víctimas de plagas y enfermedades. 

El olmo común domina en la España caliza sobre suelos de vega con granulometrías finas ricas en carbonatos. Sin embargo, también vegeta sobre sustratos arenosos y ácidos siempre que no sean muy pobres en nutrientes. Richens y Jeffers (1986), tras realizar un estudio anatómico en poblaciones de U. glabra y U. minor de la Península Ibérica, concluyeron que U. glabra era autóctono en el norte de España y U. minor podía serlo en la vertiente mediterránea, de manera que su presencia en la España silícea la consideraron resultado del manejo humano y su posterior naturalización.

 

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